
Sólo una noche bastó para que Gandalf decidiera que no iba a ser mago en otra película sexual. Cada mañana esperaba que la flor amarilla del balcón floreciera por sí sola, pero cada día se abría más tarde. Sabiendo que no era un girasol, sino una rosa. Las rosas no necesitan agua, pues con el paso de los años se hace más visible su antepasado como cáctus. El cáctus pincha pero no es un pincho, así que Gandalf sabía que no podía seguir así mucho más tiempo. Decidió tirar piedras cada tarde al lago, pero ni así el agua salpicaba ante sus ojos. El agua sentía miedo ante su magia mágica con superpoderes especiales. Eso a Gandalf le enfurecía cada vez más, y hacía que cada noche se durmiera pensando como conseguir que la flor se abriese con un agua que no salpicaría jamás ante sus ojos. Ni convirtiéndose en príncipe-rana que nada en el lago conseguía entrar, pues cuando se acercaba ésta se convertía en bloques de hielo y se esfumaba en su ezquova bolladora de bruja. Fue entonces cuando Gandalf murió. Y ésta sí que es la verdadera historia. Y así fue el poema:
Cantos de bruja
Que bailan sirenas
Gandalf ha muerto
Pastillita está a medias
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